El Déjà vu de los funcionarios públicos a contrata y a honorarios


Déjà vu, significa en francés “ya visto y/o vivido con anterioridad”; es un tipo de paramnesia que reconoce alguna experiencia personal y que se siente como si se hubiera vivido previamente.

La Fundación Jaime Guzmán empezó en enero a elaborar un instructivo que busca desvincular legalmente a quienes no cuentan con la confianza política del gobierno de turno. “Se está preparando documentación técnica para facilitar la instalación de ministros y subsecretarios, en relación con sus equipos de trabajo. Eso va, desde qué personas pueden ingresar al aparato público, hasta cuáles son los requisitos para desvincular a los funcionarios a contrata y honorarios”. En consecuencia, el gobierno de turno se queda con su botín de guerra, dejando en el cadalso a miles de funcionarios públicos a contrata y honorarios, situación que refleja la precariedad laboral, la injusticia que existe en el aparato público y lo pésimo empleador que es el Estado.

Los funcionarios públicos a contrata y honorarios son la carne de cañón y sufren la exoneración política del gobierno de turno, no así el funcionario de planta, anquilosado, apernado y sin temor ninguno.

El personal a contrata y honorarios cumple una función precaria, pero fundamental y debe conformarse con contratos anuales, que le niegan la antiguedad laboral, la indemnización por años de servicio y les hace sufrir año tras año, la angustia prenavideña, por la cláusula contractual que señala que trabajará “hasta que sus servicios sean necesarios”, una martingala jurídica que los pone en bandeja de plata para quien quiera, a su arbitrio, desvincularlos, o mejor dicho, fusilarlos laboral, profesional y políticamente.

Sin embargo, dentro del aparato público, vive y convive una casta de privilegiados, los denominados funcionarios de planta, seres inanimados y autótrofos (fotosintéticos). Siempre están ahí, y miran con desidia todo lo que acontece a su alrededor: “siéntate a la puerta de tu casa y verás el cadáver de tu enemigo pasar”, es su grito de batalla. “Siempre se quejan, critican y lloriquean como eternos inocentes, pero cada uno debiera rendir cuenta de cómo han enfrentado la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y tomar partido. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente, opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad, aquello con que no se puede contar. Tuerce programas y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que deja caer sobre todos, acontece porque los hombres abdican de su voluntad, permitiendo la promulgación de leyes irreversibles, consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella, al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado? (Gramsci, 1917).

Luego, estos funcionarios de planta pasan a engrosar la lista de tontos útiles del gobierno de turno, sufren una metamorfosis y se transforman es fieles esbirros del poder temporal, entregando nombres y preparando listados de a quienes despedir, no trepidando en liquidar carreras funcionarias y familias, so pretexto de un bien superior, cual es la “Modernización del Estado”. Lamentablemente, estos esbirros temporales, son capaces de vaciar todos sus pecados capitales -odio acumulado, envidia- hacia compañeros de trabajo que por años compartieron y que nunca tuvieron la valentía de decirles “te odio y te envidio”, haciendo de las desvinculaciones revanchas personales, cuestión que tergiversa el objetivo y el motivo que conlleva a la separación del aparato público de los “operadores políticos actuales” y su “reemplazo por operadores políticos del gobierno de turno”.

El ex Presidente Piñera, en junio de 2010, justificó los 9.199 despidos de su gobierno, argumentando que el objeto de estas medidas es eliminar a los activistas políticos heredados, incluso habló de grasa, señalando: “queremos traer y llenar los servicios públicos de innovadores y emprendedores y seguir avanzando en vaciar a nuestro gobierno de operadores políticos”.

La Presidenta Bachelet, en su discurso del 21 de Mayo de 2015 señaló: “al finalizar el período presidencial, no habrá trabajadores a honorarios desempeñando funciones permanentes en el gobierno y se comprometió a “impulsar los cambios legales que sean necesarios de manera de evitar el uso de honorarios para el desempeño de funciones permanentes”. Sin embargo, no se refirió de ninguna manera a los 11.483 despidos de su gobierno.

Finalmente, toda esta retórica política vacía, falaz y odiosa, de ambos lados, derecha e izquierda, en contra de los operadores políticos, no es más que una cortina de humo para que ambos bloques disfruten y gocen del aparato público “cuando les toque” y lo llenen de individuos afines a sus mezquino amor por el país y de cero respeto por la constitución política y los derechos humanos de los trabajadores, cayendo en una lucha fraticida por el poder circunstancial y temporal que los muestra en cuerpo y alma. Ya lo dijo Nicanor Parra: “la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”.